“No solamente estoy en las manos de alguien más antes de que
comience a trabajar con mis manos sino que también estoy,
por así decirlo, en las “manos” de instituciones, discursos,
ambientes, incluyendo la tecnología y los procesos de la vida,
manejados por un campo de objeto orgánico e inorgánico
que excede lo humano.”
Judith Butler, Senses of the subject
En la lengua de señas mexicana, confiar se expresa colocando las manos frente al pecho y llevando las manos y los antebrazos hacia abajo, casi como una caída. Esta imagen me recordó al típico ejercicio de integración de grupos: una persona sube a una mesa o a una barda y se deja caer, de espaldas, hacia un grupo de gente con los brazos entrelazados para recibirlo. Lo mismo puede ocurrir entre dos personas: uno extiende los brazos y el otro se impulsa hacia atrás. Por alguna razón, yo siempre flexionaba una pierna: anticipaba que no me recibirían.
No diré que ya entonces sospechaba que había algo que fallaba en mi entorno. Sin embargo, alcanzaba a percibir que las cosas no eran lo suficientemente sólidas: ¿por qué temía utilizar una falda corta a la noche? ¿Qué me impulsaba a llevar las llaves entre los dedos de la mano? ¿Por qué siempre he caminado tan rápido? Aunque no me agradan, estas son algunas de las acciones que he implementado para mi propia supervivencia. Me he visto obligada a responder a una serie de hechos que se actúan sobre mí: en mi cuerpo y en el espacio público. Se me ha revelado mi propia vulnerabilidad.
A finales de marzo de 2015, Judith Butler visitó México para dar un par de conferencias. Fue significativo que ella misma hubiera reconocido que, si bien las cuestiones de género son relevantes, habría que aproximarse a las implicaciones de la precariedad y la vulnerabilidad en todos los registros posibles. A fin de cuentas, estos conceptos son cuestionados por la teoría queer y sus aportaciones son reveladoras. No es casual que la conferencia principal se titulara “Vulnerabilidad y resistencia revisitadas”.
Déjate caer
¿Quién se arrojaría a ciegas sobre la flamante Ciudad de México? ¿Podría alguien dejarse caer a los brazos del Estado de México? ¿De Guerrero, Chihuahua, Veracruz, Michoacán? En términos más generales, ¿hay alguien que confíe en este país llamado Estados Unidos Mexicanos? ¿Sería posible encontrar asidero en el mundo?
Son pocas las regiones del país que cuentan con una infraestructura sólida y que brinde protección a los ciudadanos y visitantes. Lo común es encontrarse con deficiencias abrumadoras que o bien provocan accidentes, o bien permiten la proliferación de ilícitos que crecen exponencialmente. No olvidemos que solamente el 1% de los crímenes ocurridos en México se resuelven, reporte que quedó como anécdota porque a la fecha no se ha sabido de alguna estrategia para procurar justicia de manera eficiente y eficaz.
Aún así, nos desplazamos por el mundo porque asumimos nuestra libertad de movimiento y confiamos en el respaldo que ofrece el espacio que se despliega a nuestros pies. Sin embargo, la realidad nos devuelve una advertencia: el derecho a la movilidad no se puede dar por sentado. Butler advierte: “nadie puede moverse sin tecnologías y un ambiente que lo sostenga”. Estas tecnologías pueden ser piernas o prótesis, cualquier elemento que nos ponga en marcha. Por otra parte, la calle, el espacio, debe ofrecer condiciones para el movimiento. El cuerpo requiere de estos elementos para desplazarse.
Retomo la implicación de la infraestructura en la vida de los seres humanos porque, en Senses of the subject, su más reciente publicación, Judith Butler explica:
“No soy afectado solamente por este otro o este conjunto de otros, si no por un mundo en el que los seres humanos, las instituciones y los procesos orgánicos e inorgánicos se imprimen sobre este yo que es, en las afueras, susceptible en maneras que son radicalmente involuntarias. […] Soy un ser en necesidad de respaldo, dependiente, dado a un mundo infraestructural para poder actuar, requiriendo una infraestructura emocional para sobrevivir.”
¿Qué respaldo hay en la calle, siendo una infraestructura incompleta, fallida? ¿Qué certeza brindan las leyes y las instituciones? ¿Sobre qué superficie desplegamos la vida? ¿Existe un sostén emocional para nuestra existencia? Nuestros cuerpos se juegan en un espacio endeble, irregular. Cada vez nos encontramos más limitados para ocupar el espacio público. Ya ni siquiera hay ágora, el lugar del encuentro, el escenario de la comunidad. La ciudad deja de pertenecerle a los ciudadanos para quedar en manos de empresarios que administran los espacios que les son concesionados a cambio de una modesta inversión para recibir toda una ganancia. De esta manera, los gobiernos se deslindan cada vez más de procurar los servicios básicos y las condiciones mínimas indispensables para garantizar la vida.
En la reciente visita del Papa Francisco, muchas de las calles que recorrería fueron maquilladas ipso facto. En Ecatepec, la región más peligrosa del Estado de México para las mujeres, se desplegó toda una maquinaria que resolvió superficialmente problemáticas añejas. Aunque los residentes lo calificaron como milagro, no deberíamos desistir de cuestionar la medida tomada por el gobierno local. México, una nación de apariencias, no traicionó sus costumbres simuladoras.
Butler explica que “el cuerpo implica moralidad, vulnerabilidad, agencia: la piel y la carne nos exponen a la mirada de los otros, pero también al tacto, y a la violencia; los cuerpos también nos arriesgan a convertirnos en la agencia y el instrumento de todo esto.” (Butler, 2004:26) ¿Por qué el cuerpo de Francisco y su comitiva merecía mejores condiciones que las de quienes llevan décadas sumidos en la miseria? ¿No son las condiciones materiales las que permiten la realización de la vida? Ecatepec, siendo un lugar descuidado tanto por el gobierno como por sus habitantes, se ha convertido en un Cronos que devora todo, especialmente a sus hijas.
Hijos de Seth, vocación de Isis
La dimensión más agotadora de la humanidad ni siquiera tiene un peso real. Se trata, en efecto, de la ausencia de ello, de la fatigosa falta, del silencio escandaloso que nos asfixia precisamente porque no está. La ausencia es la huella que deja el abuso de poder, la impunidad, la corrupción. Es la incapacidad de comprender bajo qué lógica es posible abducir a una persona, destrozarla, torturarla, desaparecerla.
Existe un mito fascinante que revela el compromiso subyacente en el amor, pertenece a la mitología egipcia. Es conocida la historia del dios Osiris que fue cortado por Seth, su hermano, en catorce pedazos que luego esparció por Egipto. En su amor infinito, Isis, hermana y esposa de Osiris, recorría de noche cada rincón del reino hasta que recuperó todos los pedazos.
Una tarea similar emprenden las familias de los desaparecidos. Sin la posibilidad de recoger ningún retazo, se quedan sin rastros qué seguir, no hay testigos, se agotan los lugares que recorrer. La noche y el día no pueden ser reconstruidos cuando alguien amado está desaparecido.
Una larga cadena de omisiones ha hecho de este país una fosa clandestina. Cada vez es más común que operen grupos de personas, aparentemente gobernados por el dios de las tinieblas, que se entregan a la anulación del otro. Es escandaloso tener la certeza de la implicación de la policía y los militares en la desaparición y asesinato de los seres humanos que deberían proteger. Butler los identifica como agentes con responsabilidad. No admite el pretexto de la obediencia. Incluso, se pregunta: “¿Qué condiciones sociales ayudan a formar los modos en que la elección y deliberación proceden? ¿Cómo es que la violencia radical se vuelve una opción, que aparece como la única opción viable para algunos, bajo condiciones globales vigentes?” (Butler, 2004:16).
Las preguntas de Butler son relevantes porque demandan una explicación a la necropolítica que impera en nuestros días. Una respuesta anticipada tiene que ver con la renuncia a la responsabilidad respecto a la vida del Otro y la ruptura de los lazos éticos que sostienen un nosotros.
Relación y responsabilidad
Si hay una frase omnipresente en nuestras vidas, esa debe ser la que dice “No nos hacemos responsables”. Aparece impresa en los boletos de estacionamiento; restaurantes y gimnasios tienen letreros pegados en las paredes; a veces también aparecen en contratos y reglamentos. Cuando señalamos una falta o accidente, los supuestos responsables se escudan bajo esa frase. Sin notarlo, ésta se ha convertido en un estilo de vida: nos hemos deslindado del Otro con el pretexto de desentendernos de las propiedades de terceros. Nos hemos acostumbrado a ella porque nos tiene sitiados.
En sus escritos, Butler ha abordado la interdependencia entre seres humanos. Los postulados de Martin Buber, Pierre Hadot, Gilles Deleuze, Simone de Beauvoir, Jacques Derrida, resuenan a través de las palabras de Butler como evidencia de esta interdependencia no solo vital, sino incluso teórica.
Me concentraré en la influencia de Martin Buber en el pensamiento de Judith Butler. Alrededor de los 15 años, Butler comenzó a estudiar la filosofía de Buber en sus clases particulares con un rabino. Uno de los conceptos más relevantes es el de la relación, abordado por Buber en la construcción de la vida dialógica. De acuerdo con Buber, en las relaciones genuinas, recíprocas, se produce un “entre”, un espacio entre el yo y el tú que se relacionan. Ese “entre” es crucial, pues se compone del tú y el yo aunque no es ni uno, ni otro. Butler lo retomará como el lazo que se sacude en la pérdida, lo que potencia el duelo.
Butler señala que los cuerpos no solamente pertenecen a una red de relaciones sino que también están definidos por dichas relaciones, es decir: determinan sus capacidades de actuar y de vivir. Siguiendo esto, hay algo que nos obliga tomar en cuenta nuestra responsabilidad colectiva por la vida de los otros: reconocer la vulnerabilidad humana como algo común, como una condición humana compartida universalmente.
Esta relación necesaria nos capacita para acompañar el duelo. Esto, de acuerdo con Butler: “revela la esclavitud en la que nos mantiene nuestra relación con los otros, en formas que no siempre podemos relatar o explicar, en formas que a menudo interrumpen la auto consciencia de nosotros mismos que intentamos brindar, en formas que desafía la noción de nosotros mismos como autónomos y bajo control”. (Butler, 2004:23)
La relación ética se construye por la capacidad de responder a una demanda. De aquí la pertinencia de preguntar si estamos éticamente unidos. ¿Somos capaces de responder por el otro? La desaparición y la masacre son ejecutadas sobre un grupo en específico. Sin embargo, nos afecta al resto y nos exige una respuesta. La atrocidad no puede dejarnos indiferentes.