Friday, August 10, 2012

Rechazar la unidad primitiva


Si en más de una ocasión te has referido a tu pareja como “media naranja”, “alma gemela” o “mi otra mitad” debe ser porque el amor ha sido comprendido como la “búsqueda de lo completo originario”
Hablar de algo que se completa quiere decir que ese algo es divisible. En el caso del hombre, pareciera que es divisible, al menos, en dos mitades y eso porque hablamos de la “otra mitad” de un yo. Siendo un poco rigurosos con las mitades, deberíamos remontarnos al célebre mito del andrógino, narrado por Aristófanes en El Banquete, gran diálogo platónico que versa sobre el amor, el cual habla de un ser mítico que era “una cosa sola en cuanto a forma y nombre, que participaba de uno y de otro, de lo masculino y de lo femenino […] la forma de cada persona era redonda en su totalidad […] tenía cuatro manos, mismo número de pies que de manos y dos rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales”.
 Siendo unos seres tan extraordinarios, llenos de fuerza y vigor además de mucho orgullo, se atrevieron a conspirar contra los dioses. Zeus ordenó que los andróginos, en su intento por llegar al cielo, fueran cortados por la mitad. Apolo se encargó de arreglar la cara de acuerdo al corte y ató, lo que hoy se conoce como vientre, dejando un agujero, “lo que llaman precisamente ombligo” quedando así un “recuerdo del antiguo estado”. Las mitades deambularon por ahí, buscando a su mitad respectiva. Si la encontraban se abrazaban a ella para no soltarla jamás, hasta que terminaban muertas de hambre. La mitad tenía que ser repuesta una y otra vez pues al aferrarse morían por no querer desprenderse de su preciosa mitad. Zeus observó que sería menor el problema si cambiara los genitales hacia el frente y así podrían satisfacerse el uno al otro: “el amor intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana”
Conocí el mito cuando aún estaba en la preparatoria, fue en el libro Historia de las preguntas ¿Por qué? de José Ezcurdia. No sé si fue la edad o la maravilla de ir poco a poco profundizando en la filosofía que el ‘mito del andrógino’ me pareció la explicación más exacta, más precisa y más increíble sobre el amor.  En primer lugar me pareció fabuloso que el ‘mito del andrógino’ pudiera fundamentar la existencia de las relaciones homosexuales pues el mismo diálogo habla de la satisfacción que se puede encontrar en la relación sexuada de un hombre y otro, lo mismo con las mujeres. En segundo lugar, me atrajo mucho la idea de que uno supiera que, necesariamente, hay una mitad que ha de completarlo. El mito da la certeza de que “hay un roto para un descosido” o de que cada quien tiene su cada cual. Así no habría razón para quedarse solo, esa soledad duraría un momento que, aún siendo largo, valdría la pena en cuanto esa mitad apareciera.
No sé si para bien o para mal, hoy desconfío mucho de esa idea. Tal vez ha sido el infortunio de algunas viejas amistades (en serio) o algunas lecturas lo que me ha hecho darme cuenta de lo nociva que puede ser la idea de “reconquistar la unidad primigenia”. Sin lugar a dudas, como dice Onfray en Teoría del Cuerpo Enamorado: “El andrógino [ha sido] presentado como un modelo, la pareja propuesta como una forma ideal destinada a la potencia libidinal, un dualismo promotor del alma y negador del cuerpo”
A partir del discurso de Aristófanes, es que se ha concebido “el amor como búsqueda cuando no hay nada que encontrar” Onfray menciona que “cada uno busca a cada una – o su cada uno-, padece la necesidad libidinal ciega, prueba algo, no encuentra nada, sigue buscando, pero fracasa siempre, experimentando perpetuamente la reiteración de un deseo vivido como sufrimiento, dolor y castigo por una hipotética falta que, sin embargo, no ha cometido jamás.” Es sumamente difícil desprendernos de la idea del amor como unidad, al menos en la cultura pop no dejan de hacer referencias a ello. La humanidad entera emprende una búsqueda que, prácticamente, está destinada al fracaso.
Si fuera cierto que la mitad existe, entonces no deberíamos agotarnos en su búsqueda. Por ahí dicen que, respecto al amor, si lo buscas no vas a encontrarlo, habría que esperar a que llegue y ya. Para ello tendríamos que dejar a un lado la pretensión de enamorarse de un otro para constituir una unidad. De cualquier manera, pensar que dicha unidad primitiva existe, implica una "formidable esperanza" Habrá quien objete poniendo ejemplos de parejas de las cuales se dice que sus miembros están hechos el uno para el otro, que forman una unidad impecable. Si se da la unidad sólo es evidente en la cópula. Más allá de eso habría que pensar si ese "ser el uno para el otro" depende, más que de la compatibilidad, del fruto de la relación de la pareja a transcurrir del tiempo.
Aunque Michel Onfray propone el rechazo inmediato a la unidad primitiva, preferiría que pudiéramos despojarnos de la idea de tener que formar una unidad. Que en el amor, mas allá de la unión, se viviera la satisfacción de compartir, de la intensidad que implica perderse en el otro para después recuperarse, mantener siempre la individualidad puesto que "la mitad perdida no se reencuentra jamás".