Tuesday, August 12, 2014

¿FILOSOFÍA AMBULANTE? PENSAR EN LA CIUDAD

En 1632, Rembrandt pintó a un filósofo. La obra se llama “Filósofo meditando” o “La meditación del filósofo” y se exhibe en el Museo de Louvre, en París. La pintura muestra a un hombre cavilando, con las manos entrelazadas, en una habitación y alumbrado con una luz muy tenue. En la esquina inferior derecha, una persona, posiblemente una mujer alimenta el fuego de la hoguera.
Recientemente, la caracterización más habitual de un filósofo es la de aquel sujeto que piensa, escribe y toma café desde su cubículo. Estoy segura que es una caricatura a la que más de un filósofo se opone, pero ya se ha diseminado bastante esta imagen como para poder combatirla. Es más, tengo la impresión de que ni siquiera se pretende ir contra ella, puesto que la mayoría de lxs filósofxs se mantiene en la comodidad de su oficina. De lo contrario, veríamos bastantes adeptos a la conocida frase marxista: “los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”.
¿Habría alguna diferencia si el profesional de la filosofía saliera a la calle a dialogar, si tomara la ciudad como uno de sus problemas? Vamos, no se trata de volverse ingeniero aplanacalles, o puede que sí. Lo relevante es reflexionar un poco sobre el papel que están jugando lxs filósofxs en las ciudades hoy día. Ni siquiera me planteo su contribución a un país puesto que ya es bastante complicado que se nos tome en cuenta en dicha dimensión, si ni siquiera nos asomamos por las calles de nuestra colonia.
Sería imposible hablar sobre filosofía y ciudad sin reconocer la impecable labor que desempeñaba Sócrates en el ágora antigua de Atenas. El filósofo tábano aguijoneaba a los transeúntes con sus preguntas durante largas conversaciones. También podemos retomar a Diógenes de Sinope que, habitando su barril y contando con muy pocas posesiones, ocupaba un lugar dentro de la ciudad que implicaba una manera de estar en el mundo y, además, pensarlo.
Y ya que estamos con los griegos, no olvidemos que en Atenas, hoy en día, la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles se encuentran rodeadas de edificios, centros comerciales e instituciones gubernamentales. La Academia ha sufrido bastante puesto que se convirtió en un parque cerca de la Plaza Omonia,  que no ha sido rehabilitado ni protegido. Durante 2013, año en el que cumplió 2400 años de fundación, corría el rumor de que podría ser destruida y convertida en un centro comercial. Afortunadamente, el Liceo fue descubierto recientemente y ha gozado de atención privilegiada por parte de las autoridades.
De cualquier manera, es fascinante estar tan cerca de aquellos lugares que, en su momento, fueron el epicentro del pensamiento griego y que hayan quedado insertos en una ciudad contemporánea. Astra Taylor realizó un documental sumamente interesante titulado Examined Life en el que muestra a algunos filósofos contemporáneos (Peter Singer, Cornel West, Judith Butler, Martha Nussbaum, entre otrxs) hablando sobre sus respectivas cuestiones filosóficas mientras dan vueltas por la ciudad. Aunque la conversación atiende algunas cuestiones implicadas en la ciudadanía y la cultura, no deja de presentar la reflexión filosófica como una actividad realizada en solitario y, en este caso, elaborada en voz alta. Los filósofos de hoy no se encuentran en las calles a menos que sea una cuestión de tránsito a los lugares donde propiamente desempeñan sus funciones.
Filosofía y ciudadanía
En el libro, Temperamentos Filosóficos, Peter Sloderdijk reconoce en el capítulo dedicado a Platón, que los jóvenes de la antigua Grecia, “bajo la dirección de un avanzado, debían conseguir superar el mero carácter familiar y tribal que habían mantenido hasta entonces, para favorecer una humanidad estatal e imperial de mentalidad amplia, de altas miras”.  Había algo en la filosofía que hacía que los jóvenes fueran ciudadanos cosmopolitas.
Muy a pesar nuestro, la filosofía ha sido sustituida, o al menos se ha intentado, por asignaturas con las siguientes nomenclaturas:  formación cívica, formación ciudadana, cívica y ética, etcétera. Todas ellas tienen por objetivo la educación ciudadana tarea que bien podría ser cuestionada dentro de la propia filosofía. La democracia, la justicia, las leyes, la ciudadanía son también problemas filosóficos que no se deben soslayar. Hacerlos a un lado solamente ha provocado que la filosofía padezca lo mismo en instancias gubernamentales.
Pienso que los cubículos y las aulas pueden ser los espacios donde se germine la reflexión en torno a la ciudad y los problemas pero sería muy provechoso tratar de llevarlos a la calle: tomar la ciudad como un espacio incluyente desde el cual es posible pensar y dialogar sobre aquello que nos atañe. Una iniciativa relevante en este sentido es la de Equánima y el proyecto Open TalQ que genera encuentros en  espacios inspiradores donde se dialoga socráticamente en torno a algún tema de interés. ¿Te imaginas la posibilidad de que la discusión legislativa tome lugar en un parque y sea moderada por un o una filósofx?
La caminata filosófica
Parece ser que hemos olvidado ya la escuela peripatética, iniciada por Aristóteles, que se reunía a dialogar sobre distintos temas mientras caminaban alrededor de un patio. A veces se simula la práctica pero en plan de broma, eludiendo la posibilidad de ser más prolífico al andar que cuando se está inmóvil.
Si pensar es un acto solitario, tanto la caminata como la carrera contribuyen al desenredo de la madeja de nuestros pensamientos. Personalmente, prefiero la idea de filosofar mientras corro, pues solamente así siento que le sigo el paso a lo que se produce en mi cabeza, especialmente durante las carreras a las que suelo inscribirme. Sin embargo, correr y caminar son actividades que pueden hacerse en grupo y que de esta manera son mucho más gratificantes. Reflexionar de manera colectiva y en movimiento podría ser una provocación para pensar de otra manera.
Contamos con testimonios de la afición a la caminata por varios filósofos: Montaigne daba paseos, de preferencia a caballo, en las proximidades de su castillo; Kant paseaba diariamente por los siete puentes de Köningsburg a la misma hora; Kierkegaard encontraba sus mejores pensamientos al andar; Nietzsche y Heidegger caminaban entre los bosques; Hobbes, Rousseau, De Quincey y Thoreau también eran entusiastas de la caminata. Si bien estos filósofos caminantes lo hacían alejados de las grandes urbes de hoy, el paseo era una manera de provocar al pensamiento y dejarlo correr para después verterlo en las páginas que hoy leemos.

Publicado originalmente en Registro (12 de agosto de 2014)