Thursday, July 16, 2015

EXIGIR CLARIDAD: TAREA DE LA FILOSOFÍA

“El conocimiento responde a la necesidad
de orientar nuestra vida en el mundo”
Luis Villoro
Desde sus orígenes, la filosofía se ha empeñado en “introducir la razón en el mundo”. También es una disciplina incómoda que frecuentemente debe librar batallas contra políticas “educativas” que pretenden reducirla a un bonito recuerdo de la humanidad otrora pensante. Se ha insistido en que es radicalmente inútil. Sin embargo, Max Horkheimer reconoce en la crítica la función social de la filosofía. En tanto que esta no es una disciplina productiva ―puesto que su quehacer no baila al son del capitalismo―, la crítica será su aporte a la sociedad. Lo significativo es que esta crítica no será tarea exclusiva de los filósofos: la intención es que toda persona sea capaz de ponerla en práctica.
¿Por qué Horkheimer apuesta por la crítica y no otra cosa? Porque ésta nos ayuda a entender las cosas profundamente. Como seres humanos pertenecientes a un grupo o cultura, estamos condenados a respetar una tradición, nos sentimos compelidos a actuar de determinada manera. Por lo tanto, participamos en rituales, formas de pensar y actuar que raras veces cuestionamos. No nos parece necesario porque “así siempre ha sido”. No todas nuestras acciones pueden ser derivadas de las creencias o costumbres.
Horkheimer señala que la crítica se propone impedir “que los hombres se abandonen a aquellas ideas y formas de conducta que la sociedad en su organización actual les dicta.” ¿Cuántas de nuestras acciones son motivadas por creencias vagas que jamás se transforman en argumentos racionales? So pretexto de la costumbre, nos mantenemos instalados en la comodidad de nuestra minoría de edad. Difícilmente nos hacemos cargo de clarificar nuestras propias creencias y ni siquiera nos planteamos la posibilidad de construir conocimiento. Así, nos quedamos sin recursos para actuar en el mundo. Ni hablemos de hacernos responsables.
Como ejemplo de que la crítica la puede ejercer cualquier persona, tomemos el reciente llamado del senador estadounidense Paul Thurmond, hijo del senador y segregacionista James Strom Thurmond, a retirar la bandera confederada. En su discurso, señaló: “Estoy consciente de mi herencia. Pero mi aprecio por las cosas que hicieron mis antepasados para darme una buena vida no significa que debo creer que siempre tomaron las decisiones correctas y, por mi parte, nunca entenderé cómo alguien puede luchar una guerra civil fundamentada, en parte, por el deseo de continuar la práctica de la esclavitud”. Por el contrario, Dylan Roof sometió su entendimiento a una larga tradición segregacionista y supremacía blanca, así como la estúpida creencia de que “los negros van a dominar el mundo”, lo que implicó el asesinato de nueve personas en la Iglesia Episcopal Metodista Africana en la ciudad de Charleston, Carolina del Sur, EE. UU. Así, vemos el costo de abandonarse a ideas y creencias que no pasan por el filtro de la razón.
Pseudo crítica o δόξα
“Lo que te voy a decir es una crítica constructiva”: así se defiende la gente cuando está a punto de emitir su parecer respecto a algo. Señalo que se defiende porque, de alguna manera, la crítica ha sido entendida como algo negativo en el lenguaje cotidiano. No es gratuito puesto que, a menudo, las críticas no se hacen de frente y tienden a ser superficiales. En nuestra historia personal, podríamos identificar episodios en los que las personas han señalado nuestros defectos o falencias a nuestra espalda. Incluso, para levantarnos el ánimo, se insiste en la idea de que quien te critica por la espalda, en realidad te admira.
De tal manera, hemos sido secuestrados por la pseudocrítica, aquella creencia instalada en nuestra cabeza de que es posible hacer crítica positiva o negativa. Lo siento, la crítica tiene un solo sentido y éste tiene que ver con una exigencia de claridad. Crítica viene del griego κρίνειν, que significa separar, dividir pero también averiguar, discernir. Ya Parménides distinguía dos caminos: el de la verdad y el de la opinión. Hemos pavimentado el camino de la opinión pues no requiere mayor esfuerzo que ordenar aquello que se nos presenta de manera inmediata. Constantemente practicamos la doxa (δόξα) en su aparente forma de crítica constructiva. Vertemos opiniones sobre todo lo que acontece sin procurar un pensamiento crítico y completo que nutra nuestro conocimiento del mundo, que haga posible el entendimiento de aquello que nos rodea. Esto será el propósito de la crítica en tanto que exigencia de claridad. El camino de la verdad es más exigente pues no se contenta con la primera impresión.
Salgamos de la caverna
Llevo algún tiempo preocupada por la facilidad con la que emitimos juicios sobre situaciones complicadas. Parto de la observación de la cotidianidad de este país: la sociedad mexicana lleva muchos años indignada pero su manifestación tiende a irse por las ramas. Es cierto que no tenemos al presidente más brillante de todos los tiempos;  que lleva casi tres años dotándonos de material suficiente para burlarnos de él todos los días. Lo mismo ocurre con su esposa y familia que se empeña en derrochar dinero en el extranjero mientras viven en un país con millones de pobres. Así, los comentarios del grueso de la población se reducen a señalar las escenas sexuales de la primera dama en viejas telenovelas, a imitar el pésimo inglés del presidente, a evidenciar lo hueca que es la cabeza de todo el clan Peña/Rivera.
Contamos con un enorme catálogo de memes e insultos circulando en redes sociales y charlas de sobremesa. Todas ellas atienden cuestiones centradas en los sujetos, sin embargo ¿quién está dispuesto a analizar y criticar los temas que importan? ¿Cuántos de los que se burlan de una mujer por haber sido actriz de telenovelas entienden las consecuencias de una reforma constitucional, la que quieran? Una y otra vez nos dejamos llevar por las apariencias, lo superficial. Incapaces de reconocer la puesta en escena, abocamos nuestra atención al escándalo en turno que es renovado cada cierto tiempo.
Es innegable que la hiperespecialización del mundo contemporáneo ha propiciado que cada profesión desarrolle un léxico casi incomprensible para los que son ajenos a tal o cual ámbito. Es por esto que nos cuesta trabajo acercarnos a todo lo que no corresponda a nuestro campo más inmediato. En este sentido, es evidente que las leyes están formuladas en un lenguaje que no es accesible para la mayoría de los ciudadanos. Quedamos fuera de la comprensión y, por lo tanto, de la claridad. No hay condiciones para entender la política nacional. Sin ellas, nos quedamos sin armas para cuestionar las decisiones que, en la fallida democracia representativa, se toman según el ritmo de los intereses vigentes. Ya rendidos, nos quedamos esperando la próxima metida de pata de nuestro flamante presidente o el tropiezo de alguno de los bailarines de la comparsa.
Como sociedad, hace falta una profunda introspección en la que podamos ver las injusticias que nos aquejan en lo cotidiano. La razón, en su aspecto crítico, arroja luz sobre las turbiedades que se configuran tras bambalinas. Puesto que cada vez son menos discretos en su configuración de atrocidades, podemos retomar la distinción de Heráclito entre los dormidos y los despiertos: las cosas que pasan en este país se atribuyen a la abundancia de ciudadanos dormidos. Es inútil desahogar la frustración nacional en cada bochorno presidencial. Sin volvernos suspicaces, la crítica debe mantenernos despiertos.
Publicado originalmente en Registro (16 de julio de 2015)